El Káiser Guillermo II quería visitar París, todos sus amigos íntimos del Círculo de Liebenberg habían estado y hablaban maravillas de la capital de Francia. Pero los franceses odiaban a los alemanes porque los habían derrotado y humillado en 1870, proclamando el Imperio Alemán en el palacio de Versalles y quedándose con Alsacia y Lorena, dos de las provincias francesas más ricas. No estaba, por tanto, París dispuesto a invitar a Guillermo II, de modo que el emperador alemán decidió que si no iba como visitante de buena voluntad, iría como conquistador, como había hecho su abuelo.
Esta divertida hipótesis es una simplificación inadmisible de la Historia. La Primera Guerra Mundial no estalló en 1914 por un capricho de Guillermo II, sus causas fueron muy complejas. Pero sí es cierto que de todos los gobernantes europeos, el que más responsabilidad tuvo en que estallase aquella Gran Guerra, primer acto de la destrucción de Europa, fue el Káiser Guillermo II.
Todo empezó mal en la vida de Guillermo II incluso antes de nacer. Al filo de la medianoche del 26 de enero de 1859, la princesa Victoria, hija de la reina Victoria de Inglaterra y casada con el príncipe Federico de Prusia, rompió aguas. Durante toda la noche y la mañana siguiente, Victoria padeció terribles dolores, pero fue incapaz de alumbrar a su hijo. Finalmente, los médicos decidieron anestesiarla para que no sufriese más y sacar el bebe a mano.
Ambas decisiones serían nefastas para el niño. La anestesia total de la madre causaría «daños cerebrales de mínimos a débiles», lo que provocaría el carácter hiperactivo y errático de Guillermo, su síndrome de déficit de atención y el deterioro de sus habilidades sociales. En cuanto a la extracción del seno materno del bebé, resultó una lucha a brazo partido, en la que el ginecólogo desgarró el sistema de nervios del plexo braquial, lo que causaría la atrofia del brazo izquierdo. Cuando llegó a la edad adulta, Guillermo tenía un brazo 15 centímetros más corto que el otro.
Esa tara física sería un peso terrible durante toda su vida. Para un soberano prusiano era inconcebible no seguir la carrera militar, pero Guillermo II habría sido rechazado en cualquier ejército del mundo por su minusvalía. Como lo que más nos atrae es lo que está fuera de nuestro alcance, Guillermo II cultivó la imagen de «rey guerrero», siempre vestía de militar, tenía docenas de uniformes rutilantes con los que le gustaba fotografiarse, desarrollando la habilidad para adoptar poses en las que disimulaba totalmente el brazo corto. Si no fuese porque han sobrevivido muchos uniformes de su guardarropa, con la manga izquierda 15 centímetros más corta que la derecha, no existiría ninguna prueba gráfica de su defecto, pese a que existen cientos de fotografías de Guillermo II.
Además, a base de fuerza de voluntad logró ser un buen jinete y un gran cazador que sujetaba el rifle con una sola mano, aunque un asistente tenía que accionar el cerrojo para volver a cargar. Sin embargo, el defecto físico tuvo otra consecuencia fatal, el complejo de culpa y rechazo que provocó en su madre, la princesa Victoria, a la que se le escapaban frases como «Estaría tan orgullosa de él si no tuviera ese brazo…».
Para compensarlo, Victoria se convirtió en una madre super protectora. Dado que el padre, Federico de Prusia, siempre estaba ausente en campañas militares, la madre se encargó de la educación y se empeñó en hacer de Guillermo un perfecto caballero inglés como los de su familia. Le llamaba siempre por su nombre inglés, William, y lo mandaba a pasar grandes temporadas con su abuela, la reina Victoria, para que creciese en el ambiente adecuado. Pero, por otra parte, Guillermo era el heredero de Alemania, una gran potencia que estaba destinada a chocar con Inglaterra por la supremacía mundial, y esa contradicción provocaría conflictos de personalidad con graves consecuencias históricas.
Freud y Proust
Es notable que dos de las más brillantes inteligencias del siglo XX, Sigmund Freud y Marcel Proust, sintieran la necesidad de escribir sobre los conflictos de personalidad del Káiser Guillermo II. Freud estudió el caso de Guillermo II y diagnosticó que el rechazo de su madre impactó fuertemente en el comportamiento del Káiser. El padre del psicoanálisis abrió el paso a los estudios de varios psicólogos, que en general coinciden en que los traumas infantiles provocaron en Guillermo II un caso de personalidad dual.
Por una parte, se sentía heredero de las glorias militares prusianas, dueño y señor de un estado, el II Reich o Imperio Alemán, que había nacido a golpe de guerras victoriosas. La tentación del poder es la más fuerte que existe y Guillermo II se encontró con que la Historia había dispuesto que fuese el gobernante más poderoso del mundo. Aunque en Alemania existían partidos políticos y elecciones al parlamento, era el Káiser y no el legislativo quien nombraba el gobierno. Y sobre todo, el Ejército no dependía ni del gobierno, ni del parlamento, sino del Káiser, que era su jefe supremo, apodado «el Gran Señor de las Batallas».
Ese enorme poder no era como el de otros autócratas, como el zar de Rusia, sobre un país atrasado, sino sobre la primera economía de Europa, la nación con mayor desarrollo científico y tecnológico, el ejército incontestablemente más poderoso del mundo. Solamente dos cosas le faltaban a Alemania para ser la primera potencia mundial, un imperio colonial -Inglaterra y Francia solamente le habían dejado migajas- y una marina de guerra tan poderosa como la británica. Guillermo II decidió construir los buques necesarios para ello, y presionar a las potencias para conseguir las colonias «que le correspondían». Si no, habría guerra.
Pero junto a esta faceta pública belicista y patriotera, que se reflejaba en sus fotografías de uniforme y rodeado de soldados, en la escena privada Guillermo II se movía dentro del llamado Círculo de Liebenberg, un grupo aristocrático de diplomáticos y militares pacifistas y cosmopolitas, gente de gustos exquisitos, estetas y francófilos, que satisfacían las inclinaciones artísticas e intelectuales de Guillermo. Se reunían en el castillo de Liebenberg, bajo la dirección de su dueño el príncipe Phillipe von Eulenburg, el «mejor amigo» de Guillermo.
Von Eulenburg era poeta, compositor, tocaba el piano, cantaba lieder como los ángeles y tenía una enorme influencia sobre Guillermo. Fue su mentor desde joven, antes de subir al trono, y tenía una gran influencia sobre el Káiser, hasta el punto de que fue Von Eulenburg quien aconsejó el nombramiento de Von Bülow, el canciller que más tiempo le duró a Guillermo II. Además de todo eso, y aunque tenía ocho hijos, Von Eulenburg era homosexual, como muchos de este entorno, incluido el canciller Von Bülow. Y si en las fotografías aparece el Guillermo II belicoso y viril, existe una filmación en la que los marineros del yate personal de Guillermo II, desnudos, interpretan un ballet acuático para solaz del Káiser y sus invitados.
Aquí viene a cuento la cita de Proust que hemos mencionado antes. En su obra magna En busca del tiempo perdido, en el volumen Por el camino de Guermantes, dice: «Existe entre ciertos hombres una francmasonería de la que no puedo hablarle, pero que cuenta en sus filas en estos momentos cuatro soberanos de Europa. En el entorno de uno de ellos, el emperador de Alemania, quieren curarlo de su quimera».

Y lo curaron, por desgracia para Europa. En 1905 Guillermo II estuvo a punto de provocar la guerra con Francia en la llamada «crisis de Tánger», pero al final se arrugó y no hubo guerra. Los círculos nacionalistas alemanes le echaron la culpa de la marcha atrás a la influencia del Círculo de Liebenberg, y dirigidos por el viejo canciller Bismarck iniciaron una feroz campaña en la opinión pública, acusándoles de homosexuales, pues la «sodomía» era un delito.
El príncipe Von Eulenburg fue procesado, y también fueron acusados otros miembros del entorno íntimo de Guillermo II, como el canciller Von Bülow, el general Von Moltke, varios oficiales de los Guardias de Corps, el regimiento de escolta del emperador, o su buen amigo el constructor de cañones Krupp, que se suicidó. Tras este correctivo, Guillermo II, espantado, se alejó de sus amigos y asumió su otra personalidad, la militarista, que llevaría a Europa a la Primera Guerra Mundial.