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Paul Cézanne y Émile Zola: 30 años de amistad y cartas

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El 20 de mayo de 1866 Émile Zola le escribe una larga carta a su amigo Paul Cézanne en la que le dice: «Hace diez años que hablamos de arte y de literatura. Hemos vivido con frecuencia juntos –¿recuerdas?– y con frecuencia nos ha sorprendido el alba charlando todavía, hurgando en el pasado, interrogando el presente, tratando de encontrar la verdad y de crearnos una religión infalible y completa. Hemos barajado montones de ideas, hemos examinado y rechazado todos los sistemas y, tras una labor tan ardua, nos hemos dicho que fuera de la vida poderosa e individual no había más que mentira y estupidez». Y más adelante añade: «¿Sabes que éramos revolucionarios sin saberlo? Acabo de poder decir en voz alta lo que hemos dicho en voz baja durante diez años».

La amistad entre el pintor y el escritor se prolongó durante tres décadas y nos queda el testimonio de su correspondencia, recogida en Cartas cruzadas (1858-1887), que ha publicado la editorial Acantilado. El libro es, sin embargo, mucho más que un simple epistolario. La erudita edición de Henri Mitterand divide las cartas en varios periodos, cada uno de los cuales va precedido de una amplia introducción que dibuja la situación de las carreras de los dos amigos y el contexto político y cultural en cada una de las épocas. De modo que este magnífico volumen puede leerse casi como una doble biografía de dos de las figuras más relevantes del siglo XIX francés. No se han conservado todas las cartas y según los periodos hay más de uno o del otro, pero el material disponible es nutrido y rico.

La amistad del literato y el artista se inició en la infancia. La familia de Zola se trasladó desde París a la Provenza durante unos años, porque el padre, ingeniero, tenía allí un encargo profesional. En el colegio local Émile Zola conoció a Paul Cézanne, nacido en Aix-en-Provence, y ese fue el inicio de un vínculo que duró prácticamente toda la vida, con algunas dudas sobre el estado de la relación en los años finales, como veremos más adelante.

Cada uno en su campo, fueron dos creadores revolucionarios, que rompieron moldes y tuvieron una influencia posterior persistente. Sin embargo, sus carreras fueron disparejas. Zola triunfó con rapidez y se situó en el centro de la vida intelectual parisina, como novelista y como periodista –recuérdese su celebérrimo J’accuse del caso Dreyfus–, mientras que el reconocimiento de Cézanne fue muy tardío.

Pese a esta diferencia en sus destinos, la amistad se mantuvo férrea. El libro permite ver la evolución desde las primeras cartas juveniles hasta las de la madurez, con Zola en París o en Médon, donde tenía una casa en la campiña, y Cézanne en Aix, donde pintaría sus obras maestras –incluidas las sucesivas vistas de la Montaña Sainte Victorie–, con esporádicas visitas a París. A lo largo de las tres décadas de cartas pasa por las vidas de los dos amigos la historia: los triunfos y polémicas de Zola con novelas como Thérèse Ranquin, La taberna y Nana; las exposiciones de los impresionistas y el escándalo de la Olympia de Manet; la guerra franco-prusiana y la Comuna… Y pasa también la vida íntima de ambos. Por un lado, el matrimonio de Zola con Alexandrine Meley, que se hacía llamar Gabrielle y se rumoreaba que había posado como modelo para los impresionistas y había sido amante de Cézanne (aunque no hay certezas al respecto). Y por el otro, la relación de Cézanne con la modelo Hortense Fiquet, con la que tuvo un hijo sin estar casados, lo cual provocó que su indignado padre le retiraba la asignación que le daba mensualmente para vivir, ya que sus cuadros no se vendían. En alguna de las cartas de esa época le pide ayuda económica a Zola.

Malentendido

Dada la celebridad e influencia de Zola, también le pide otro tipo de favores. El 10 de mayo de 1880 le escribe: «Te adjunto la copia de la carta que Renoir y Monet piensan dirigir al ministro de Bellas Artes para protestar contra la mala colocación y reclamar una exposición para los impresionistas puros. Me encargan que te pida lo siguiente: Que hagas que esta carta se publique en Le Voltaire, precedida o seguida de unas pocas palabras sobre las manifestaciones anteriores del grupo. Esas pocas palabras deberían servir para mostrar la importancia de los impresionistas y el movimiento de curiosidad real que han despertado». Y unas líneas más abajo añade: «Ayer me enteré de la triste noticia de la muerte de Flaubert».

Sobre el final o no de la amistad entre ambos pervivió durante mucho tiempo un malentendido que es interesante como ejemplo de la precariedad con la que reconstruimos el pasado. La primera recopilación del epistolario entre Cézanne y Zola se publicó en 1937 a cargo de John Rewald. En ese momento, la última carta entre ambos de la que se tenía conocimiento era la célebre misiva de Cézanne del 4 de abril de 1886. Zola acababa de publicar La obra, una novela que formaba parte del ciclo narrativo de Los Rougon-Macquart. Su protagonista era un pintor innovador pero fracasado llamado Claude Lantier, en el que estaba claro que Cézanne se reconocería.

La escueta carta que le mandó a Zola agradeciéndole el envío de un ejemplar del libro es de tono cordial y no hay en ella ningún reproche, pero debido a la ausencia de correspondencia posterior, se interpretó como el abrupto final de una amistad de tres décadas. Sin embargo, hace unos años apareció una carta extraviada de 1887, en la que Cézanne se vuelve a dirigir a Zola para agradecerle la recepción de su nuevo libro, La tierra, y se promete ir a verlo en cuanto pueda.

De modo que todas las teorías que se construyeron en torno a la supuesta indignación de Cézanne que puso fin a una larga amistad se desmoronaron con la aparición del nuevo documento. Sí es cierto que, en sus últimos años de vida, los amigos se frecuentaron poco, por el creciente aislamiento de Cézanne en Aix. Sin embargo, se sabe que cuando falleció Zola –en circunstancias que levantaron sospechas sobre un posible asesinato por parte de sus enemigos en el caso Dreyfus–, Cézanne lloró desconsoladamente.


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